Así como nos llama "casi bachillers" o "pre universitarios", frunciendo el ceño y con voz de marica nos trata de hacer callar.
Más allá del poco interés que se le presta, él insiste con que quiere que salgamos formados para facultad.
Cuando le preguntás el concepto de una palabra que nunca oíste en tu puta vida, responde con cara de compresivo su célebre frase: "más adelante lo veremos". Y una queda perdida como boludona, porque justo esa definición es la que conlleva a que entiendas el palabrerío que está diciendo.
En el momento que se te prende el foquito y te esperanzas de que todavía tus neuronas te funcionan como para entender -sin la ayuda de nadie-, un razonamiento que, si bien nunca sabrás cómo llegó a tu mente, aún así tenes fuertes convicciones de que está correcto, el macanudo del profesor, te larga un "shh shh" censurador que te deja con todo tu genio en la punta de la lengua.
Y te lo tenés que tragar, porque claro, no podés interrumpirlo cuando habla. El curso se lo sabe únicamente de memoria y carece de razonamiento. Se entrevera.
Igual, estos pequeños detalles son aguantables.
Ahora, cuando tiene sus ataques de dinamismo y se le da por decirnos "hoy nos dedicaremos a leer en las dos horas el texto que habla de la introducción a la contabilidad", siento un fuerte impulso por ir hasta su escritorio y ahorcarlo.
No obstante, tratamos de decirle desesperadamente que somos capaces de leer lo dictado en nuestra casa, pero el simpático hace oído sordo y comienza su miserable misa.
Aunque no sean razones justificadas para pincharle la rueda del auto, para completar el pack: nos habla como si sufriéramos algún tipo de incapacidad intelectual.
Y nada, culpa a la mala forma de dar una clase, y la poca creatividad que tiene para otorgarnos "las herramientas necesarias" que nos fortalezcan en facultad, uno termina haciendo dibujitos y escribiendo frases chotas en la parte de atrás del cuaderno.