17 de junio de 2011

Nape.

Cuando vuelva a despertarme de madrugada toda destapada por tu cuerpo inquieto, voy a vengarme acaparando el abrigo para que pases frío. Voy a empujarte hacia un costado y al mismo tiempo te voy a sacar la almohada.
Desde que te eché de casa nadie me respira en la nuca, ni pasa los dedos fríos por mi columna huesuda. 
Quiero que me respires en la nuca; esta madrugada te voy a despertar.



Bueno, después de tomarme unos días sábaticos para hacerles creer que tengo cosas importantes que hacer (bueno, sí tengo alguna que otra), volví con tremendas ganas de deprimir a las personas. Los parciales dan ataques suicidas que ninguna revista de $35 puede impedir)
Fuck me.

8 de junio de 2011

Y sí.

Maximiliano me gustaba porque me daba bola, porque dejaba a un montón de gente para charlar conmigo, porque era lindo e interesante, y porque sabía como agarrarme de la cintura para liberarme de un incómodo círculo lleno personas intolerantes.
Me atraía porque hacía que mi pecho se inflara de ego cuando lo veía alejarse de las minas pitucas con vestidos lindos para acercarse a la roñosa de pantalón, morral y pelo cortito.
Mis intenciones eran puramente narcisistas.
Me hablaba de revoluciones, de filosofía, y yo me ponía cholula. Era una cholula cualquiera, pero choluleaba con buen gusto. Nunca nos abrazamos ni nos besamos, jamás insinuó ese tipo de interés por mí, pero me celaba cuando un flaco se me tiraba encima, o cuando me colgaba a mirar a alguien más. Nuestra relación era rarísima, profunda. Creo haber agonizado cuando me agarró de la pera y me miró a los ojos un par de segundos después de decirme “qué hermosa sos”. Esa noche se me cayó el orto al piso, el pantalón, las medias, la bombacha, caí entera. Pensé en encajarle un beso, en decirle que le tenía ganas, que me calentaba, pero antes de poder salir de esa laguna de flujos, el tipo se levantó a buscar más cerveza y rompió con todo el contexto.
Un viernes de noche la luna creciente además de alargarme el pelo, hizo que tomara demasiado vino y después (si será conchuda), los suaves rayos plateados que yacían del satélite me ordenaron que lo mezclara con vodka con pomelo, martini, grapa, y jugo caribeño sin disolverse… la deplorable poción terminó por emborracharme y desinhibirme absolutamente de cualquier ser que caminara en dos patas.
Charlé con gente que nunca me cayó bien, canté innombrables temas que todavía me hacen poner los cachetes colorados de vergüenza, me agité, y vomité un desagradable líquido ácido.
Mi patética escena hizo que Maximiliano cobrara consciencia y me llevara para su casa. Me echó en su cama, me desnudó, se rió de mi risa, me acarició el pelo, se acostó al lado mío, se desnudó, nos tapamos y nos besamos.
Me dormí.
Amanecí con Maxi metiéndome sus dedos mojados con baba en mi oreja. Mientras hablaba sobre cosas de anoche, mi mirada estaba perdida en sus hombros enormes, en su cara hermosamente arruinada, y en su pelo revuelto.
Me incorporé para darle un beso, él me corrió la boca y me estampó uno en la mejilla, pensé que le jodería mi aliento de mañana, así que corrí al baño y me cepillé los dientes. Cuando volví ya estaba vestido, me enfrenté a su cuerpo y parándome en puntas de pie me acerqué a su boca, él volvió a correr su cara con una mirada tierna que no entendí.
Me vestí y me fui.
Abriendo la puerta de casa mi celular comienza a virar y sonar: era él.
“Qué hermosa sos”, me escribe el pelotudo. No le respondí.
Más tarde mi celular vuelve a vibrar y sonar: otra vez él.
“Me gustan los hombres, creo que nunca te lo aclaré”
Tampoco le respondí.
Entendí porque celaba con los flacos que me cargaban. Y me alivió saber que mi aliento mañanero no fuera la causa de que un pibe no quisiera darme un beso.