29 de mayo de 2011

Te decía...

Nos miramos y reímos pero en realidad no sé por qué. Él dejó de gustarme cuando no se interesó más por mi y comenzó a transformar la relación en una funesta rutina. Me desenamoró ver al tipo mintiéndome en una boludez; me desenamoré porque me dolió verlo tan idiota, hipócrita y cagón.
Entonces dejamos de jugar juntos y patear hacia el mismo lado, para pasar a hacernos zancadillas y clavarnos puñales en la espalda cuando uno de los dos estaba distraído.
Me pregunto por qué no lo dejo, por qué me someto a pasar mal y luego verlo y tirarme encima de él y apretarlo contra mi pecho. 
No sé por qué ya no me escribe cosas lindas, ni se las ingenia para sorprenderme, por qué no soy su prioridad, o por qué se olvida de mi y deja de tenerme en cuenta.
No sé a qué mierda jugamos, tiramos piedras y escondemos las manos, negamos que nos hacemos mal y seguimos campantes.
Me dan ganas de tirarle un cascote en el medio de la nuca cuando va caminando adelante sin esperarme. 
No le importa dejarme atrás.

Y después nos miramos y nos acostamos en su cama, o en la mía. Somos dos pelotudos que se excitan fácilmente y cogen como si se viniera el fin del mundo.
Te veo encima mío, abajo, atrás, y me enamoro. Vos también te enamoras.
Pero ese amor dura unos minutos, porque ahora ya ni nos mimamos después de caer cansados por el buen polvo que tuvimos.

19 de mayo de 2011

Al karma no hay con qué darle... ni con buenas acciones.

Sé que lo que voy a hacer está mal y muchos dirán que lo hago por cagona, por querer estar bien con el karma y porque después de dos días aprendí que no tengo que atentar contra su energía marica. Pero me quiero confesar, frente a cualquier gil de miga que pueda ver esto, frente a mi madre que ahora lee el blog, y frente a agentes de la KGB (y no se hagan los cosos porque todavía quedan), que me arrepiento de haber despertado de mala manera a mi hermana que se había tirado un ratito a dormir la siesta, que manotazo por acá, codazo por allá*, se despertó con la jeta por el piso.
Soy consciente de mi bochornosa acción y no sé, me arrodillo si querés, no como por una semana, me tatúo la palabra "karma" en la frente para tenerlo presente cada que me levante y me mire al espejo o cada vez que me esté peinando para salir de bailongo, sacrifico las figuritas de la copa américa, no sé, mato un plancha, loquesea, pero no me tortures más como hoy.
Se tomó en serio el trabajo y en menos de diez minutos el mal humor habitual de cualquier ser humano, se transformó en enojo, y ese enojo también entendible, pasó a ser ira.
Después de haber soñado que un negro me quería afanar el morral, y mientras le daba como adentro de un gorro con una silla por la cabeza al mismo tiempo que el pardito silbaba el himno nacional, me desperté decidida a levantarme y no encontré una media que se perdió en el fondo de la cama y me calcé los championes igualmente con el pie izquierdo desnudo.
Fui hasta el almacén y todos los perros del barrio se complotaron para romper con el silencio por el cuál paso todos los días, y ladraron por cada respiro que dí. Es más, uno salió atrás mio y fue como cinco metro oliéndome el orto mientras yo le decía "salí, salí la puta que te parió" y le pegaba manotazos al aire.
Llego a destino, y se había formado una cola de clientes inusual, pensé en ir a otro lado, pero verdaderamente se me caía un huevo**, y decidí esperar.
"¿Qué vas a llevar?", me preguntó el almacenero con cara de feliz. "Un colet", le respondí con menos gracia que una tortuga. "Uh, no sé si tengo, dejame ver acá... porque no sé que pasa con los de Conaprole que no están entregando, ¿vos querés uno chico no?, mirá acá tengo uno."
Lo compro, me lo da, me doy media vuelta y me voy.
Agarro por otra calle para que los hijos de mil perras prostitutas no me ladren de nuevo y llego a casa decidida a deleitar la chocolatada.
Le doy el primer chupeteo a la pajita, la succiono para tomar un buen trago,  y un sabor asqueroso hace que la cara de me desfigure y haga arcadas.
El fucking colet estaba vencido.
Me quiero ir a dormir para terminar con esta porquería, pero me da un poco de miedo ahorcarme con las sábanas enredadas.
Todos putos.


* todo en son de paz y sin violencia... ¿qué se piensan que soy?
** ay sí, digo "se me cae un huevo" y soy mina, ya sé que no tengo huevos, me conozco por dentro, giles.

17 de mayo de 2011

Y viste como es...

A veces no entiendo qué hace una mina linda, inteligente, honesta, leal, educada, sencilla, adorable, interesante, independiente, ecologista y defensora de los derechos humanos*, pegada a sus ideales, con objetivos por delante, segura de sí misma y de buen gusto musical, exigente, orgullosa, antisocial, soberbia y libre como yo...agregando al facebook pendejos de dos clases más chicas sólo porque están buenos.

Así no se puede che.


*ecologista y defensora de los derechos humanos, bah.

15 de mayo de 2011

Japi dey.

El facebook debería ser limitado para cierto sector de la población que se encuentran en la sección "madres". Por el propio bien para ellas, porque está científicamente comprobado que a uno lo etiquetan en fotos donde está con su mejor cara de drogón, borracho y despeinado.

No vieja, no te quiero tener en el facebook, nuestra relación amena no se fortalecerá con nuestro vínculo virtual, ni florecerá la relación madre e hija que se desgasta con el tiempo.
Vos naciste en tiempos de cartas por correos, tiempos de dictadura, tiempos de andar a caballo y esas cosas. No naciste para tener una red social donde sos amiga de mis amigas, donde firmas fotos, donde jugas a los juguitos.
Y con esto no quiero decir que mi facebook no se pueda ver porque ando como una superpornoestar sacándome fotos en pelotas con peluches entre las piernas, sino que bueno, la privacidad es el mejor método para mantener una relación sana. Porque si algún día te saco de mis solicitudes ocultas y te acepto, me llegas a comentar un estado o me publicas cadenas chotas por el muro o mensajes, te desheredo como madre.

8 de mayo de 2011

"Los artistas de hoy en día"


En un momento de la noche salí del boliche y me senté en un escalón a observar la gente que se había acumulado en la puerta. Qué increíble que con éste frío hayan minas que salen de pollerita cortita, remerita fina, y sin abrigo. Las admiro realmente, porque a pesar del sacrificio por levantar a un macho y congelarse, en ningún momento se quejan.
Pero de eso no quería hablar, porque lo que me llamó la atención e hizo que escribiera en un cuaderno, fue un flaco que estaba contra una columna mirando el amontonamiento de personas que en un principio miré.
Lo conocía de otros toques, de cruzármelo de madrugada, de la vida. Y esa misma noche, antes de entrar al boliche nos ayudó a reestablecer a un amigo que estaba medio inconsciente del pedo que tenía.
Nos ayudó y se fue.

Mientras el frío me dejaba las manos duras no podía dejar de escribir adjetivos sobre el tipo, no entendía por qué estaba siempre solo cuando lo veía. Por qué miraba para todos lados como si lo estuvieran buscando, o por qué analizaba a la gente con cara de asesino serial.
Tenía puesto una campera de cuero negra y un pantalón de jeans que estaba constantemente subiendo porque se le caía. Tenía el pelo enrulado y seco. Sus ojos eran inquietos, igual que sus manos, y su cabeza.
Un loquito cualquiera.

Se acercó donde estaba y me dijo “estás pirando”, dejándome una cara de desconcierto tremendo.
“¿Qué escribís?” preguntó, y tratando de tapar la hoja donde hablaba sobre él, le respondí: “cosas”.
Me miró un segundo y luego soltó el comentario que hizo perder todo mi interés sobre él: “Es raro ver a una mina escribiendo afuera de un boliche. Yo soy poeta, escribo sobre cosas que siento, dibujo, bailo, hago arte. Soy artista. Soy un bufón, hago reír al rey.”
No tuve otra opción que burlarme, de última él nació “para hacer reír a la gente”, si mal no recuerdo sus palabras. Pero mi risotada pareció no gustarle y me sacó la hoja. SÍ, me la sacó.

Muy pocas cosas son las que me calientan de la gente que desconozco, pero que venga un vagabundo antisocial y me diga que por creerse un bufón y hacerle fotoshop a la bonita de Brittany Murphy como si estuviera abrazada a él* y por ende considerarse un “artista”, me jode como los piñasos en las tetas que te encajan dos por tres cuando recién te estás desarrollando.
Eso y, bueno, que me haya hurtado mi cuaderno donde yacía mi “arte”.


*absolutamente verdad. Increíble.

4 de mayo de 2011

Hoy seguro toca baño.

Cada vez que mi padre pedía el día libre en su trabajo, coincidía con la visita al pediatra que realizaba cada dos o tres meses. Por eso no me gustaba llegar de la escuela y verlo sentado en la mesa sin la camisa ni la corbata puesta.
Almorzaba callada, tratando de digerir el alimento pese a los comentarios que mi viejo le hacía a mamá sobre la enorme aguja que iba a terminar en mi brazo. Nunca me pincharon en los controles médicos, pero al tipo le encantaba asustarme con cosas así. Igual era un buen método el ir cagada porque cuando me examinaban, nada era tan malo como una aguja enterrada en mi brazo. 
Terminamos de comer, junté la mesa, y cuando papá se puso a fregar aproveché para tirarme en el sofá a mirar alguna boludez del fox kids y dormir una siestita.
Por allá me desperté con sus gritos que de forma exaltada exclamaban que se nos hacía tarde, que me tenía que bañar, peinar, salir para allá, hacer otros mandados, y que no íbamos a llegar. Me metí corriendo al baño mientras me alcanzaba la ropa "de salir" a medida que la encontraba. 
Terminé de bañarme y me acerqué envuelta en la toalla para dejar que me apretujara y me sacudiera de arriba abajo así me secaba bien. Luego mencionó que no había encontrada ninguna bombacha y por ende ordenó que buscara inmediatamente una. En menos de cinco minutos ya estaba vestida, perfumadita y bien peinada. 
Irreconocible, según él.
    
Llegamos al sanatorio y me puse a jugar con las baldosas gigantescas y colorinches que tenía el piso de la sala de espera. Traté de no manchar los cancanes blancos cuando me tiraba en el suelo, ni despeinar las dos trenzas que las había hecho a las apuradas. Ni bien dijeron mi apellido, comenzamos a caminar con papá hacia el consultorio del gordo bigotón que resultaba ser el pediatra que estaba de guardia. 
Nunca lo había visto, vestía una bata blanquísima, sin ninguna arruga y con olor rico. Parecía un hombre prolijo, correcto, y no sé por qué me intimidó cuando me saludó caballerosamente con la mano. 
Mi viejo permanecía callado, me observaba desde una silla y hacía caras cuando levantaba los pies y dejaba que la pollera se me subiera. 
"Bueno Valentina, ahora sacate las medias así puedo seguir con el control". Entonces, sin decir palabra alguna, y con total naturalidad me bajé hasta las guillerminas el cancan que dejaba al descubierto mi calzón. Abrí las piernas, y miré a papá que estaba todo colorado y con el ceño fruncido. No entendía nada, hasta que noté que mi bombacha parecía haber sido víctima de una violación por la cantidad de agujeros que tenía.
Salimos en silencio del sanatorio, y cuando se detuvo supe que se venía la puteada por ser una “desprolija bárbara”. Nunca me habían rajado tanto.
A partir de ese día, jamás volví a ver a papá sin camisa ni corbata cuando llegaba de la escuela.
Y empecé a ir a los controles con mi vieja.
                                                                                                                                     (Te extraño un montonazo)