28 de noviembre de 2011

Escroto.

Desperté con pocos recuerdos de anoche. Más bien sentía que mi cabeza era una madeja de hilos que ni siquiera servían para armar algo. Tenía imágenes cóncavas en escenas convexas. Difíciles de remediar, por cierto. El ventilador giraba haciendo ruido y de repente se me daba vuelta el mundo, y caía en un profundo mareo que me costaba varios segundos de inmovilidad. Luego pisaba el suelo con miedo, porque muy pocas veces son las que regreso intacta. Rezaba para que mi celular no sonara con la intensidad de siempre, y aquél despertar no fue ninguna excepción. Rompió con mis tímpanos. Y estalló el mal humor. Le pegué una patada al puf  lleno de ropa y morrales y libros. El movimiento brusco soltó de mi cuello el aroma más suave que he sentido en mi vida; tenía tres besos escondidos en el pelo. Aunque estoy segura que fueron dados en la nuca, mientras yo estaba boca abajo.
Y ahí fue cuando sonreí. Sonreí porque siempre pierdo la memoria, sólo que esta vez volvió en la escena que más me quería guardar. 

25 de noviembre de 2011

Y... la loca anda.

Mi cuerpo quería frío burgués así que salí a tomar un helado artesanal. Nunca los termino, pero esta vez le pedí tres bolas de dulce de leche granizado y me senté en la plaza, bajo una sombrita que encontré de puro pedo. De pronto un hombre bastante bello se sienta a mi lado y me dice algo así como "tenés un perfil muy lindo para sacarle fotos", entonces le devuelvo su halago con una sonrisa que incluye pedazos de chocolates enganchados en los aparatos. Próxima acción, el hombre bastante bello se levanta, y me encaja un "ehh, me tengo que ir, nos vemos".



20 de noviembre de 2011

Me iluminaron.

El ataque existencial de la entrada anterior fue superado. 

Sí, amigos.
Recapacité porque no queda otra que recapacitar. Recapacité porque soy una mina de fierro que intenta superarse todos los días de manera crítica, coherente, saludable. Y por más que el fin no justifica los medios, no me avergüenzo en contarles que intenté encontrar mis respuestas en Pare de Sufrir. 

Yo salía de comprar bizcochos para aquella depresión, y lo vi. Lo vi brillante y pacificador. Lo vi con sus puertas abiertas para cualquier individuo en peligro de confusión. Y yo tenía el alma confundida, entonces entré. 
Pensé que mi caminar sería acompañado de cánticos divinos, pero ahí sólo había un negrito de traje, y un montón de sillas blancas.
Lo saludé cordialmente y no hizo más que apoyar su cabeza en el piso y decir unas cuantas idioteces. Yo le copiaba porque en realidad, tenía un poco de miedo, y me dolían los pies de estar parada. La cosa se puso salada cuando comenzó a llorar. O sea, estaba con dilemas existenciales, pero no podía largar lágrimas porque sí.

El negrito me miró y me dio un paquetito verde que salía unos trescientos dólares. Y ahí fue cuando empecé con el jabón. El jabón quitador de incertidumbres, que además de antibacterial, sana vacíos del alma. Traía un papel con instrucciones que seguí sin ningún cuestionamiento. Por ejemplo, lo tenía que usar dos veces por semana, que no fue problema. Si el baño empezaba a las seis y terminaba seis y media, tenía que cantar un tema de Gilda. En cambio, si el baño era más largo, tenía que entonar "no woman no cry" pero en versión de coro filipino. 

A las semanas volví en busca de otro jabón porque realmente había sentido el cambio. Temía a la verdad absoluta de la vida: ellos sí tienen la respuesta. Pero muy a mi pesar, tragué todo el orgullo y abrí la puerta como si ya fuera de la familia. 
Sorprendí al negrito con el termo bajo el brazo, mirando un cuadro donde el pastor de los viernes estaba con dos brasileras vestidas de carnaval. Asumí que no tendríamos comunicación y que por su parte estaba bien, entonces opté por sentarme a su lado en silencio.
Mientras el loco siga entregándome el jabón antibacterial que regula estupideces existenciales, seguiré abriendo mi corazón para la pureza eterna.

10 de noviembre de 2011

No se rían porque les puede salir un hijo así.

Después de once meses, caí en la cuenta de que ya estamos pisando navidad, año nuevo, playas, y nuevamente estudios. Caí en la cuenta de que el tiempo es relativamente corto, para la cantidad de cosas que se me ocurren hacer. Caí en la cuenta de que bruscamente se me cierra una etapa, y que bruscamente empieza otra. Sin ningún respiro en el medio. Y mientras intento poner cara de póquer, que en mi puta vida me salió, me entro a dar manija sobre lo grande que están mis primos, mis hermanos, mis amigos, y yo.
No es que tenga complejo de vieja apendejada, no. Lo que sí tengo es un nosequé en el cuerpo, que se me formó cuando caí, nuevamente, en el poco tiempo que hay, y lo pisabolas que soy.
Tengo miedo y nervios. Tengo nervios, miedo, y ganas de cagar. Porque el miedo y los nervios juntos, provocan reacciones de mierda. 

Hace días, me miré todo el cuerpo en el espejo del baño. Me miré las piernas, las caderas, la panza, los pechos, la cara, los brazos, y dije para mi misma, "pucha, tenés cuerpo de mujer Valentina. Tenés flotadores, tenés caderas, cola, tetas, ¿cuándo fue qué apareció todo eso? Tenés 18 años y ayer estabas en tercero de liceo." 

Y todavía sigo en la espera de que vuelvan mis amigos del barrio para armar un picadito, o de salir a saltar la cuerda para saber si voy a ser viuda, casada, soltera, o divorciada. 
A veces me pinto los labios y me calzo tacos, y me pongo a cantar. Otras veces salgo de championes, morral, y busco una hamaca en el parque para tocar la copa de algún árbol. Y cuando un domingo amanezco temprano, voy corriendo a tirarme en la cama grande. 
Son esas cosas las que me mantienen a flote, porque todavía no las he perdido.

Es horrible tener tomar decisiones que carecen de tiempo. Nunca se está preparado. Porque cuando más elijo, más pienso y tomo en cuenta las cosas, más grande es el signo de interrogación en mi cabeza.

Y ya lo estoy empezando a odiar.




Me doy tanto asco cuando me pongo así.

8 de noviembre de 2011

Un, dos, tres.

Sentía que algo chiquitito me caminaba por el hombro. Me daba miedo mirar, porque los bichos que caminan por los hombros no son buenos.
De cuerpo inmóvil moví la cabeza despacito y me encontré con un precioso guitarrero que el sol lo hacía brillar.
Dejé que agarrara por la ruta que quisiera, y bajó hasta la mitad de mi pecho. Ahí se detuvo como cinco minutos. Puse el dedo para que se subiera, pero no hubo caso. Dio media vuelta y volvió a escalar mi cuerpo. Volvió a mi hombro. Y se voló.









No sé, me salió del corazón (?) 
Lo escribí hace unos días. 
¡Hola! Volví por un ratito.