Una nena de tres o cuatro años, me miraba curiosamente desde las piernas de su mamá. Mientras intentaba sostener los alfajores entre mi pera y mi pecho, chusmeaba los condones multicolores que estaban colgados en el stand de la caja. No iba a comprar ninguno, pero quería sentirme descaradamente atrevida, como esas minas que van a la farmacia de turno a comprar preservativos un sábado a las tres de la mañana. Siempre les tuve un respeto exorbitante. Pero de la nena quería hablar. De la nena y de su mirada que me seguía en cada acción que realizaba. (Imaginen las innumerables cosas que uno puede ejecutar en la fila de espera del supermercado)
Se llamaba Camila, porque su madre le dijo que no se sentara en el piso. -Camila, me tenés podrida. Ya estás grande, podés quedarte parada. Tenía los ojos grandes y las manos blanquitas.
En un momento, se acercó con la vista en mis sandalias, deteniéndose en las uñas pintadas de rojo. Puso cara de desconcierto y me miró, e inmediatamente miró a la mamá.
Debo decir que no fue muy cómoda la situación, generalmente no pasa muy seguido. Porque claro, yo le soltaba sonrisas simpáticas, y ella le preguntaba a su mamá en voz alta* si yo era nena o nene porque parecía varón, pero tenía las uñas pintadas. A toda esa escena bizarra, le sumé el quilombo de cajas de condones que tiré por la torpeza que me caracteriza. Pasé de ser multiloca que mira preservativos sin importar encontrarse con la vecina, a pajera que intenta juntar todos los forros con una mano, inútilmente.
Ojalá las cámaras de seguridad registren sonidos, así aparezco en la comida de fin de año en "lo mejor del 2012". No sé si ustedes sabrán, pero me contaron que los empleados del supermercado festejan las fiestas descorchando sidras fermentadas, y mirando las mejores escenas que fueron registradas por cámaras.
*gritando. GRITANDO LA PENDEJA.