24 de agosto de 2012

Razilanac.

No recuerdo cuándo, pero en algún momento de mi vida me vi muy enojada con alguien*, entonces me recomendaron matar a ese sujeto en un cuento, de forma sencilla y sutil, con ingredientes que sirvan para formar una masa no identificable que, obligatoriamente, tenga que entrelazarse con hilos conductores que afirmen lo verídico del dolor.
Podría hacer con esa persona lo que yo quisiera, el destino lo manejaría a mi antojo. Su vida dependería de mi voluntad, de mi piedad, de mi comprensión, o inclemencia.
Nunca pude asesinar mis desdichas en un cuento, porque no soy sutil, y porque el noventa y nueve por ciento de las veces, me termino por arrepentir de lo que digo. Cuando uno está totalmente desmesurado, debería pegarse los labios con La Gotita, y comprometerse en omitir palabras hasta encontrar nuevamente sus niveles normales de conducta.
Como hoy es una fecha especial, y muchos individuos adoptan el CoMbO AgOsTo: la Declaratoria de la Independencia + la noche de la nostalgia -que abre las puertas a telos de medio pelo que están muertos el resto del año-, quiero testimoniar frente a todos los sinplanesparaestanochetanemotiva, que he venido decidida a no sólo ejecutar una persona, sino a todos los pedazos de calentura que me he agarrado en estos diecinueve años.
Dudo de cómo se hace, si debería empezar con varias historias paralelas, o simplificarlos a todos en un solo personaje, pero, ¿cuál tendría la suerte de poseer de manera sutil, todas las características de los impuros que de alguna forma me jodieron la existencia?
Y luego de realizada la propuesta, ¿debería crear alguna estrategia para que esas personas lean mi cuento y se sientan un poquitito identificadas, gracias a los hilos conductores que he puesto sutilmente en la historia ficticia? ¿Saborear la venganza me ayudará a canalizar felizmente el desconsuelo que alguna vez tuve? ¿Tendría que dejar algún mensaje humanitario haciendo énfasis en que, después de todo, los perdono porque sé que soy un amor? Sincerándome conmigo misma, tampoco es que me cortaran una pierna y me la escondieran lejos, ni siquiera se trata de alguna maldad telenovélica donde me roban mi prestigio social y económico, o la dignidad.
Ahora que pienso, si escribiera un cuento para fusilar a estas penas, seguro que todas esas personas se encontrarían en los selectos excrementos de un conejo albino que, con suerte, otro bicho inocente se comería esas bolitas de un centímetro de diámetro, haciéndolas desaparecer y renacer en otras mierdas.
Porque si vamos al caso, no hicieron más que mancharme apenitas la manga de alguna remera, y generalmente acostumbro a llevar pañuelos descartables.



*seguro fue un lunes, o martes, o miércoles, o jueves, o viernes. No, viernes no.

10 de agosto de 2012

¿Usted tiene un minuto?

Lo feo del sol invernal es que dura poco. Con mi amiga estábamos sentaditas en un banco de la plaza del Entrevero, charlando de los horribles carteles que dicen "Prohibido pisar el césped", como si una plaza tuviera algo más maravilloso que sentarse en el pasto. Arrancamos decididas por 18 en busca de una parada, el viento me despeinaba y dos por tres acotábamos algo como "ah, está fresquito sí". Bien, la gente caminaba mirando para abajo, pechando a los que venían en dirección contraria, omitiendo disculpas, cargando bolsas con juguetes, todo marchaba exactamente como uno ve a Montevideo en sus primeras experiencias.
De repente nos para un flaco acompañado de dos japoneses. Nos habló tan rápido sobre algo de nutrición y el bienestar y que esto demoraba solo dos minutos que, cuando quisimos acordar, nos dirigíamos a un hotel que todavía desconocemos el nombre. Ya instaladas en un ascensor, descubrimos que en realidad no eran japoneses sino brasileros de padre japonés, macanudos los tipos.
Luego de breves presentaciones cordiales, Croquetita, los brasileros, el que nos habló que se llamaba Santiago, una vieja que también fue víctima del palabrerío entreverado, y yo, caminamos hacia un salón donde nos esperaba un morocho simpaticón con una sonrisas de oreja a oreja. Y ahí me terminé por asustar. Me reía de nerviosa y miraba de reojo a mi queridísima amiga que entendía menos que yo.
Resumiendo varias charlas poco interesantes, el brasilero que nos recibió en la pieza decorada con guirnaldas, nos preguntó:
- Ustedes en Montivideo, ¿cuánto les sale comei un almuerzo nutrichivo?
- Fah, yo que sé, dije.
- No sé, ciento cincuenta pesos -acotó Croquetita mirándolo con cara de que ya conocía la respuesta- Más o menos esas plata.
- Bom, ustedes, con seis pesos pueden tener una alimentación nutrichiva con nuestros productos. Le vamos a traer para que prueben el primer vaso. Es una bebida muy gostosa que ayuda cuando uno se siente con poca energía. ¿La prefieren caliente o fría?
- Fría. -Respondimos ambas.

Y no estaba tan mal la primera poción. Tenía un leve gusto cítrico, aunque en primera instancia parecía pichí, o cerveza.

- ¿Y, qué les pareció?
- Bien. Medio grande el vaso.
- Van a ver que después se van a sentir mejor.
- Sí, a mi me pasaba que me ponía a estudiar y de repente me empezaba a doler la cabeza. Estudiaba diez minutos y no podía seguir. Me costaba mucho concentrarme. Después que empecé con estos productos es otra cosa. -Santiago daba sus testimonios iguales a las gordas que aparecen en publicidades de productos adelgazantes.

Ok, corrió el segundo vaso. Era exactamente igual al primero, salvo que este líquido mágico era desoxidante. Tomándolo te curabas de tres años de oxidación. ¡Tres años, señores!

Pero nuestra suerte no cesó con las dos primeras bebidas milagrosas, sino que se nos acercó el tercer y último vaso recargado de proteínas.

- Gurías, ustedes van a probar un batido delicioso. Es muy...¿cómo se dice? Ehmm, riquísimo. Pueden elegir entre shocolate, frutilla y vainilla.
- Vos que sos el que lo tomás, ¿cuál preferís?- Le pregunté a Santiago.
- Son todos ricos, pero yo prefiero el de frutilla.
- Bueno, para mi que sea de frutilla entonces.
- Y para mi- acotó Croquetita.

Era la cosa más asquerosa del mundo. No sólo porque no tenía ni puto parecido con la frutilla, sino que sabía a remedio, a cosas feas que toma la gente para tener más músculos.
Había pasado más de una hora del primer encuentro, y mi verdadera frustración empezó cuando veía que el vaso de Croqueta bajaba, y que el mío no llegaba ni a la cuarta parte. ¿Y qué fue lo peor? Los dos zánganos manipuladores que nos daban cosas para drogarnos (sí, lo llegamos a comentar), me miraban continuamente. No podía ni poner cara de asco.

Asumiendo mi rendición, decidí confesarles que no iba a terminarlo ni a palo. Me quería ir. Eran las siete de la tarde. Estaba tomando algo que me daba ganas de vomitar, tenía la necesidad de mear, de estar en un lugar donde no tuviera que forzar mi concentración para entender lo que decía alguien. De repente empecé a pensar que aquellas personas del salón que hablaban y se reían con fuerza, estaban detrás de algún plan maligno que consistía en secuestrar gente pelotuda que accedía a este tipo de cosas.
Pero la mejor parte no terminó cuando decidimos retornar a la seguridad del exterior del edificio, no, claro que no.

Brasilero con cara de puto:
- ¿Ustedes precisan cambio de cien?
Croqueta:
- ¿Eh?
Yo:
- ¿Qué?
Croqueta:
- Pregunta si precisamos cambio de cien. Son doscientos pesos.

Imaginen las infinitas emociones que me recorrieron el cuerpo mientras ponía cara de "Ah, qué fantástico todo esto, por suerte cago plata para hacer este tipo de boludeces. Me encanta ser multimillonaria para estas cosas."
Imaginen las ganas de apretarme los pezones por ser una enorme pelotuda.
Imaginen la censura de pegarles un punta pie en las pelotas a cada uno, mientras decíamos "bueno, un gusto bo, nos vemos."
Imaginen nuestra cara de signo de interrogación que llevábamos cuando por fin pudimos subirnos al ómnibus de la salvación.

Y por último, imaginen las risas de cuando pudimos recapacitar del todo.

Estas cosas me pasan exclusivamente con Croquetita.
No hay con qué darle, tengo la mejor amiga del mundo.

Cuando algún extranjero venga a hablarles sobre el precio de algún producto, ruéguenle que se los anote en un papel.

2 de agosto de 2012

Si plantas rosas, crecen sandías.


Los dedos de Gervasio tienen vida, y no por el simple hecho de que él se encuentre vivo. Digamos que cada uno posee su propia personalidad. Es extraordinario verlos interactuar libres, superiores, con otras partes del cuerpo. A decir verdad, resulta un tanto petrificante cuando uno los ve por primera vez. Los doctores afirman que este fenómeno -aunque nunca decimos esa palabra frente a ellos- se originó por la fascinación de Gervasio hacia la guitarra. No es detalle menor agregar que es uno de los mejores músicos de nuestro pueblo, sin embargo su timidez lo limita para ser un artista reconocido. Fue comparado con Slash una noche de fogón, un aficionado del que ignorábamos su existencia, se atrevió a confesárselo pese a las risas de todos nosotros. En varias ocasiones intentamos convencerlo de que se mostrara un poco más, pero el cagón siempre prefería terminar tocando solo, de huraño que es.
Pero Gervasio aquí no es el importante.

Es común que cada dedo antes de formarse, haga seriamente un test de personalidad para determinar con cuál se llevará mejor. Quien haya pensado que el dedo índice de la mano derecha, está en la mano derecha por una buena formación, puedo asegurar que no sabe absolutamente nada de la vida. Y menos de anatomía microscópica. Imaginen vivir pegados a personas que no tienen nada que ver con uno, el índice de suicidio aumentaría. Que no tengamos dedos independientes, no significa que en nuestro origen -cuando recién estábamos siendo engendrados- no hayamos pasado por rigurosos análisis. El nivel de desarrollo para las percepciones, es muy distinto en cada persona, sabemos que hay individuos que nacen con mejor oído, mejor olfato, mejor memoria, mejor tacto, en relación a otros. La independencia de extremidades no se logra con ningún tipo de hechizo, simplemente está en la naturaleza de uno. 

Gracias a Gervasio, aprendí que los dedos detestan juntarse con los de la otra mano, sobre todo si al meñique lo ponemos con el meñique, al anular con el anular, al mayor con el mayor, y así sucesivamente. 
También sé que uno se siente seguro con otra persona, cuando la conexión que se experimenta al entrelazar los dedos, le da una seguridad pura. 
Me contó que le temen a las puertas entreabiertas, a los cuchillos lisos, a las tizas verdes y a los manojos de todo tipo de alfileres.
Y por si alguien se lo preguntaba, a ningún dedo le gusta meterse en la nariz, les resulta asqueroso. Una verdadera pena.

No obstante, sigo esperando que Gerva tenga novia para establecer una buena conversación que me aclare ciertas curiosidades.