23 de enero de 2013

Pescador de maravillas.

Desde chiquita etiqueté a la gente que vivía en La Coronilla, como un montón de individuos insensibles y tristes, porque en ese entonces pensaba que los lugares tranquilos estaban habitados por gente así, más allá de que veía a las personas caminar, respirar, hacer mandados, o jugar con olas, y correr, y reír. No obstante, para mí eran incapaces de sentir. Ni siquiera sentían la tristeza. Estaban apagados y hablaban con el tú.
Con los años fui erradicando, por suerte, ese pensamiento falaz, pero recién ayer me terminé de convencer que la única insensible era yo.

Salí a caminar por la playa con la concentración y el tiempo que se necesita para juntar cucharitas de colores que las olas dejan a cada minuto -siempre me pasa lo mismo, las veo tan lindas que pienso en las cosas que podría hacer con ellas, aunque al final terminen amontonadas en un balde. Nunca me llevé con las manualidades-, y me encontré con Esteban, el pescador.
Pasé por al lado y me saludó con una palabra que no recuerdo. Entonces me quedé ahí esperando ver el contenido de la red que estaba sacando.
Nos pusimos a charlar sobre lo poco que picaba, y lo cansador que era.
- Fijate que laburo desde los quince en esto. Terminé el liceo y me volví para acá porque mi abuelo se estaba muriendo. Me vine definitivo. Cuando me quedé solo, porque ni el perro sobrevivió, conocí a Tania, que es el amor de mi vida, aunque hace tres años que me dejó por otro. Yo quise estudiar, estuve tres años estudiando, pero me di cuenta de que amo este lugar.- tenía los ojos de color marrón caca.
Me aclaró que se quejaba al pedo, que todos los días cuando volvía a su rancho, se sentía realizado. No tenía hijos. No miraba tele. Sólo escuchaba la radio, leía mucho, y se había hecho un horno de pan.
Me gustaba verlo, hablaba hasta por los codos pero le quedaba bien, no molestaba. Si mi madre hubiese visto sus chancletas, estoy segura que sentiría pena, porque las madres no entienden nada.
A unos metros tenía un bolso vacío adornado con un par de championes, una asadera agujereada, un buzo, y trapos sucios que habían quedado esparcidos según el grado de su utilidad. La asadera estaba más cerca.
Esteban era de esas personas que no tienen problema en contarle toda su vida a un desconocido, sus grandes picos de felicidad, y sus bajones que lo encerraban un mes en su cuarto, como cuando se separó, que sólo salía para ir al baño, porque había instalado la heladera al lado de su mesa de luz. A la mitad del cuento, empezó a reírse un poco avergonzado.
- Mirá lo que uno hace a veces.- decía tocándose la cabeza. Era lindo. Calculé que tendría unos cuarenta y poquitos, y su media sonrisa lo hacía rejuvenecer, lo juro.

Me preguntaba cosas pero mis historias eran pobrísimas, apenas si le conté de mi infancia, y eso que yo hablo mucho sobre ello.
- ¿Y vos flaquita?, ¿a quién le has robado el sueño?

Por momentos quería ser como él, pero con menos barba. Si algo no funcionaba, se iba en su barquito a buscar nuevas aventuras. Viajaba un montón, porque a decir verdad, casi todo le salía mal, pero se las sabía arreglar. Y bastaba mirarlo un segundo, para confirmarme que realmente sentía, que no estaba apagado. Tenía la mirada de personas que sin hablarte, te dicen que las cosas en algún momento se solucionan. Necesitaba empaparme de eso.
Cuando decidí arrancar, le dije que esperaba encontrarlo de nuevo, para que me charlara. Promocionó su pan casero, y sus buenos libros antes de invitarme a su casa. "Andá cuando quieras, te doy la dirección, pero si te olvidas preguntá por mi".
Lo imaginé todo un personaje, saludando y repartiendo pescado.

Hoy salí a juntar cucharitas para el otro lado, no quise buscarlo. Estas cosas me gustan cuando salen de rebote.

14 de enero de 2013

El día del amigo son todos los días.

-Pará, abombado, pará. Me duele mucho.
-Callate y levantame la pierna que me queda mejor.- dijo sin mirarme a los ojos.
Aguanté la respiración porque me quería morir, nunca me había sentido tan impotente.

-Te pido que no agarres el pie con esa fuerza. 
-Y yo te pido que te calles la boca, pelotuda. ¿Tenés que ser tan impertinente? 
Dejé que mi cuerpo cayera sobre el respaldo del sillón. Si seguía en esa posición terminaría por quebrantar mi espalda.

-Hacé un poco más de fuerza vos también. Ayudame. Te quedas ahí, quietita, con los ojos duros.
-Pero me duele, imbécil. Quiero que me dejes quieta.- estallé en un chillido gangoso y suplicante.
Estaba muy enojada para pensar que él era mi amigo, mi amigo de verdad, de los que me cuidaban con el amor de un padre, o hermano. Pero verlo así, tan violento por tan poco, se me retorcía el estómago de rabia. 

-En serio, ya está, no aguanto. ¡Sacame las manos de arriba! 
-Pero ya casi termino, dos minutos, dale. No seas tan bobita.- sonrió mostrando los dientes. Ya había empezado a transpirar. 

Su última palabra me generó asco. Sentí que estaba abusando de mi, más allá de que la idea de hacerlo siempre fue mía. Como era tan fuerte, y grande, creí que sería diferente. 
Mientras su mano se apoyaba en mi pierna, le veía la piel blanquita como la nieve, sus brazos largos y pálidos, apenas si tenían pelos. Qué lindo, nunca me gustaron las personas peludas. Él no haría nada para lastimarme, esas muñecas no podrían hacerle daño a nadie. 
Cuarenta y cinco minutos desde que le plantee la idea, cuarenta y cinco minutos sin parar. Necesitaba oxigenarme para seguir con mis quejas. Cuando me leyó la cara, aflojó, con aire de "nena, no te bancas nada", y soltó en la habitación vacía un suspiro de rendición.

-No puedo, vas a tener que buscar otra ayuda. Con tus gritos, y la poca voluntad que le ponés, no hay tipo con fuerza que te banque la cabeza. Igual, sólo a vos te pasan estas cosas, porque sos una pajera, ¿o no sabías que el patín del orto que te pusiste, era dos talles más chicos que tu pie?- dijo mientras se sentaba al lado mío.

Puse cara de pícara para ablandarle las palabras. 

-Ojalá que te corten la pata.- sonrió.

3 de enero de 2013

2013, probando...



Debería escribir algo profundo y emotivo, ya que cambiamos de año y la gente se empeña en cultivar la prosperidad espiritual, pero mi teclado está tan sucio que me roba la atención. Da miedo adivinar qué cosas puede llegar a tener. 
Ahora mismo empezaría a hacer mi balance del 2012 para ponerme al día con mis pésimas actitudes del año, y prometerme de forma inútil, ser mejor persona, pero sólo puedo pensar en lo genial que sería hacerme chiquita y meterme entre los espacios de las teclas, para indagar la variedad de mugre que existe debajo de ellas. Ir armada para cualquier telaraña asesina, o mutación de plástico que posiblemente se haya originado entre tanto tecleo, sol y coca cola encima. Lucharía contra las uñas que me corté hace meses, enojadas, hambrientas, y dejaría callejones limpios, para que no se me tranque la L, por ejemplo, al escribir. 
Con qué habilidad pasaría un trapo recargado de Mr Músculo, llevándome los gérmenes de caras feas hacia un pozo-escape que destierre toda la mugre.
Formar una comunidad de bichitos, que se alimenten de cosas que uno tira sobre el teclado en algún descuido, y vivir con la consciencia tranquila de que si le cae vino, los bichosamigos se encargarán de que a la mañana esté todo limpio.
Disculpen mi poco sentimiento por tratar de superarme en este año entrante, ya estaré al pedo y veré qué cosas cambiaría para que el 2013 no sea tan mierda, pero tengo un asunto más importante que atender. Como verán, crear una comunidad de bichosamigos será más productivo que la paz mundial.