La casa de la vieja Victoria era el terror que todo niño conoce. Era la única enrejada, mantenía las esteras bajas y tenía olor a vacío. Cuando golpeaban las manos para llamar a su puerta, un eco rebotaba por un pasillo frío que conectaba el interior de la casa, con el sol de afuera. Vivía con el Nene, su marido, un señor que desparramaba lástima. Tenía la voz dulce y los ojos cansados. Era flor de laburador, más allá que sus años venían tirándolo abajo. De chica, lo acompañaba a hacer mandados y me regalaba un montón caramelos Zabala, se los guardaba para que no me los comiera todos de una, y cuando lo iba a visitar al banco al que se sentaba habitualmente los días soleadas, me daba el resto de la bolsita. Nunca hablábamos de Victoria, porque me daba miedo preguntarle. Me imaginaba que en realidad él no la quería, y que ella sólo le interesaba abusar la bondad del hombre. Y el Nene era tan bueno.
Todos los niños estaban advertidos de las repercusiones que tenía jugar al lado de su casa, pelota mal pateada, llanto de gurí. Porque si bien los padres se iban a quejar, ella no accedía a tales pedidos y se metía para su cueva. Muchos hicieron denuncias, pero no cambió en lo absoluto. Parecía que con los días se volvía más arisca.
Inventábamos infinidades de estrategias para recuperar balones inocentes, pero siempre nos descubría. Yo pensaba que tenía un sensor, o una cámara, porque no me podía explicar cómo estaba tan atenta todo el tiempo.
Déjenme dormir la siesta, nos gritaba desde su ventana, y por allá, el Nene se levantaba y daba una vuelta manzana en busca de oxígeno, y tranquilidad, y buena compañía. Me daba una pena, no tenía hijos y parecía adorar cualquier niño. Una vez se me escapó y le dije abuelo, me tomó la mejilla y me miró tan profundo que me sacudió el cuerpo. Desde ese día íbamos a hacer mandados de la mano, yo le llevaba la chismosa hasta el almacén, y él la traía.
Un sábado de tarde mamá me contó que había muerto. Intenté no creerle y fui hasta afuera de su casa a esperarlo. No salía y me acerqué a golpear la puerta. Había un silencio rotundo que me erizaba los brazos, y volví corriendo a casa espantada.
Mamá me esperaba en la puerta. Me dijo que me había dejado algo y entré embobecida para saber qué era. Mis manos temblaban, me acuerdo. Un sobre amarillo decía mi nombre. Lo abrí a los tirones y contenía una carta y otro sobre. La carta estaba escrita hacía dos semanas, y empezaba con la palabra "Nieta". Me senté en el sillón y comencé a leerla. Tenía la letra clara, y resaltaba las partes donde decía que me adoraba. Después advertía que el otro sobre contenía un montón de caramelos que debían ser comidos en el banquito al que íbamos las tardes soleadas.
Pero lo último fue lo que más me gustó. Sentía que la justicia por fin había vuelto a nuestro barrio, aunque fuera necesaria la pérdida de una persona importante.
-¡Las pelotas van a ser devueltas!-, le grité a mamá.- Él me lo escribió. Se lo dejó clarito a la vieja Victoria.
Las tardes después de su muerte no fueron distintas, Victoria nunca accedió al pedido de su marido y siguió hurtando sonrisas de niños. Pero por algún extraño motivo, seguía creyendo en sus palabras, y en algún momento de mi vida, sabía que volverían todas las pelotas perdidas.
Qué lindo esto, realmente.
ResponderEliminarQué bueno que te guste, mujer.
Eliminareso es verdad???
ResponderEliminarMedio y medio.
Eliminarque buena historia! el apodo "el nene" en un viejo es tremendo, siempre hay alguno por la vuelta, en mi familia hay uno
ResponderEliminarEs un apodo muy tierno. Porque es simple.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPuto el que tira la mano y esconde la piedra!
Eliminar¡Uhhhh! (Igual, como todos los comentarios me aparecen en hotmail, leí el que fue eliminado :P )
EliminarEse es un buen dato.-
EliminarA tener en cuenta...
Valentina, estoy azorado con su capacidad narrativa y literaria.
ResponderEliminarCreame que es verdaderamnete magnifica.
Coincido!
EliminarGracias chiquilines. Me emocionan.
Eliminarque linda historia..
ResponderEliminar¡Gracias, Naty!
Eliminarfuaa!
ResponderEliminarQue capacidad tan maravillosa de transmitir sensaciones y momentos a través de una narración (me llevaste soñando de tu mano con este relato). Una historia conmovedora, de verdad, Vale
un besote!
:)
¡Martín! Mirá las cosas lindas que decís, mijo.
EliminarMe vas a hacer lagrimear.
¡Graciaaaaaaaaaaaaaas!
Párrafo aparte para los caramelos Zabala, que ricos.
ResponderEliminarEl Nene me da pinta de buen tipo a través del relato, de esos de antes, de esa cosa bien de barrio. Que buena impresión se llevó el hombre de la pequeña Juana a la tumba, esta bueno alegrar a un veterano ya que su vida ya no le brinda emociones de sobra, ni cariños muchas veces. Victoria no me pareció tan mala por el simple hecho de las pelotas.
Como te dijeron por ahí, gran capacidad para escribir y transmitir lo que queres transmitir, si te dedicas a currar escribiendo libros, acordate de los que te leíamos antes de ser famosa y al menos hacenos un descuento :P.
Saludo.
La vieja Victoria siempre fue mala. Porque es la Vieja Victoria. El no darnos la pelota, era un acción mínima para las perreadas que nos hacía.
EliminarNosotros, niños calladitos y tímidos. (¿?)
Que lindas memorias, envidiables en realidad. No tuve abuelos, de sangre ni de sentimientos, pero debe ser de lo mejor que a uno le puede pasar.
ResponderEliminarMe tocaste algo, valentina, me despertaste una gran ternura y un montón de recuerdos que casi no eran mios.
Un gran abrazo
Qué bueno, Javi. Me alegra haberte despertado algo.
EliminarY la verdad que los abuelos, es algo que le recomiendo a todo el mundo.
Son seres realmente maravillosos, cargados de historias.
la mierda, gurisa.
ResponderEliminarcomo se hacen esas caritas de boca abierta?
no se si viste ratatouille. en un momento egó prueba un bocado del plato que prepara la rata (un ratatouille por cierto) y es como un golpe que lo lleva de nuevo a su infancia y al plato que le preparaba su madre.
a veces pienso que la literatura va por varios caminos. uno es el de las aventuras que nos gustaría vivir. otro es este que mostrás vos, el de los recuerdos vividos, que nos despiertan esos deja vu.
me hiciste acordar de montañez, que cuando me veía venir (con cuatro o cinco años) se iba a esconder atrás de la persiana para decir con voz tenebrosa: eeeeeefeeeeee...
abrazo
f
ps: digo lo mismo, cuando seas famosa dedicanos algun libro...
¿Te asustabas cuando te decía eeeeeeefeeeeeee con voz tenebrosa?
EliminarQué lindo sos.
:))
lograba sorprenderme, me acuerdo de la mezcla de curiosidad, sorpresa y quizás un poco de miedo al principio. después pasaba con la mujer riéndose y me dejaba caramelos. los candes, aquellos rosaditos que antes eran como piedras.
Eliminarbeso, juanavalentinaquerida
Los candes, sí. ¡Y siguen sin extinguirse! Qué bueno, f.
EliminarQue lindo esto querida, muy lindas palabras. Y qué lindo recuerdo!!
ResponderEliminarMe encantó.
Besote
Dividivina.
Eliminar¡Gracias!
(Y empezá a hacernos la comida a mi y a Sofi)
Yo también quiero tu primer libro :)
ResponderEliminarYo también.
EliminarHola nuevamente, Marcos.
¿Cómo estás?
Que linda historia, muy pero muy tierna :)
ResponderEliminarLlego muy tarde para decirlo, pero que bien escribís. Cada vez que pienso que escribís muy bien publicás algo mejor, así no se vale! jaja
Abrazo :)
Jijiji, me hacen poner los cachetes colorados.
EliminarEstá buenísimo que les guste.
Me pone contenta.
Abrazo fuerte, hombre.
vivi la sensacion de ir de la mano con la chismosa..... que buen relato ! !
ResponderEliminarMe encanto
Muchas gracias, Ale.
Eliminar:)
¡Aguanten las chismosas!
me encantó !!!
ResponderEliminar:))
Eliminarqué lindo que te haya encantado, nene.
Merci.
Me encantó Vale, te felicito! Me hiciste acordar a Ranzonne, me pasaba tardes charlando con él en la puerta del corredor de la casa. Gracias!
ResponderEliminarJijiji, Mati, me alegra muchísimo que te haya gustado.
EliminarAbrazo grandote.